Uno.
“A quien madruga Dios le ayuda”. No estás muy seguro de la afirmación pero el domingo del Corpus lo sueles hacer. Domingo de Corpus litúrgico, que ya se sabe que el día que reluce más que el sol sigue siendo el jueves. 8:00 horas. Monasterio de Santa Paula. La soledad te ha acompañado en tu búsqueda de Dios camino del monasterio de jerónimas. Una espadaña de azulejos te ha saludado junto a la brisa de la mañana. Si Cernuda decía que la felicidad está detrás de un portón, el tuyo es de ladrillos mudéjares y se recorta en un paisaje limpio de blancos y azules. Entras. Un compás que huele a eternidad de cipreses y romeros. Nueva portada. La de un templo del siglo XV donde el gótico se despidió de Sevilla para dar la bienvenida al Renacimiento. Allí estarán, siglos más tarde, los tondos de Niculoso Pisano trasladando Florencia a Sevilla. Junto a ellos los ángeles de Pedro Millán en cerámica blanca. Flameros y pináculos te coronarán de ilusiones. Tránsito hacia el interior. Probablemente poco público, escogido, disperso entre azulejos y dorados. Una iglesia gótica con artesonado mudéjar, portadas manieristas y retablos barrocos. Te colocarás a los pies del Cristo del Coral, el crucificado medieval que regaló Montesión. Mientras sigues la liturgia te sentirás una ofrenda más al legendario y milagroso Cristo. Encerrado en una urna de cristal. Como las monjas jerónimas. Enrejadas al otro lado de la iglesia. Cautiverio de inocentes. Clausura que hoy se abre mientras te envuelven los cánticos de las hijas de San jerónimo. El Padre de la iglesia y el penitente del desierto. Lujo y pobreza, Biblia Vulgata y tentaciones en el desierto. Simbología de la vida misma. Lo interior y lo exterior. Cuando se organice la procesión, se formarán las filas de emociones en tu interior. Poco a poco, sostenido por voces celestes y bajo palio Dios se introducirá en el claustro principal. Ya lo estaba pero ahora se hace presencia física. Lo acompañarás bajo los arcos del claustro manierista. Dios escoltado por monjas jerónimas. El tiempo se habrá parado a contemplar la escena de hábitos, custodias y sonrisas bajo palio. En las paredes, unos azulejos burlescos parecen contener su mueca al paso de Jesús Sacramentado. Así es el barroco. Lugar de contrastes. Cuando termine la procesión, después de la bendición, notarás la ausencia de una Esperanza que un día fue monja. Quizás tus pies se habrán posado sobre su tumba en el claustro. Notarás su eterna sonrisa en el cielo, la de una Madre que tantas veces te acompañó en tu visita el convento. Sonrisa en los cielos. Dios debe estar contento. La sonrisa eterna subió al cielo. Volverás al mundo de los vivos entre las blancas paredes de San Marcos. ¿Por qué buscar entre las muertas al que está vivo?
Dos. Has pasado al mundo de los vivos. Pero sin estridencias. Quizás al de unos vivos de hace muchos años. Porque la Plaza del Museo y la Magdalena se han quedado anclado en siglos pasado. Unos servidores de librea así te lo anuncian, también los chaqués, los niños carráncanos y los lazos de las niñas vestidas de domingo. Otro tiempo. Arte en la calle y al otro lado del muro. Entre columnas salomónicas se enmarcará el Niño Jesús de Jerónimo Hernández. Orígenes de la Quinta Angustia: propagar a los cuatro vientos que el Dulce Nombre de Jesús está por encima de todo. Después vendrá la Inmaculada de Hita del Castillo que recoge todos esos vientos. El movimiento de las manos de un caballerito de San Juan de la Palma se traslada a una Virgen de la Magdalena. Hermandad Pura. Y no estamos en Triana. Entre aromas de romero y conducida por un capataz de tus viejas estampas del siglo XIX llegará la custodia. Plata del siglo XVII y del XVIII. Manos de orfebre para cobijar a Dios sobre la Inmaculada y bajo el libro de los Siete Sellos. Con siete secretos. Siete misterios. El de Dios hecho presente ha pasado por delante tuya de la forma más elegante...
Tres. Quizás sea la segunda opción. Quizás la tercera. Cuestión de tiempo. Una vez más llegarás al final de la calle Santa Clara. Un año más te conviertes en un hombre perdido hacia un afán inconcreto. Recuerdos de poeta olvidado. La paz de Santa Clara y el monasterio de San Clemente. La orden del Císter en Sevilla. Por el antiguo compás entrarás a otro mundo. Un mundo de silencio, de ausencias, de presencias...Misa de Corpus en San Clemente. Atraviesas bajo el azulejo del titular, y ves el ancla de su martirio transformada por la luz de la mañana.
Entrada a la iglesia y entrada a otro mundo. El mundo de un rey bajo cuyos dominios no se ponía el sol, el mundo de una orden centenaria de silencios y austero blanco y negro. Bajo una impresionante armadura mudéjar ocupas tu lugar. No habrá mucho público. El justo. Porque te acompañan también las santas de los muros, la sonrisa cómplice del Niño de la Virgen de los Reyes, la mirada interrogante del Bautista, la fortaleza del San Clemente del altar mayor... Y una comunidad de monjas que hacen presente el espíritu medieval de San Bernardo en pleno siglo XXI. En la uniformidad del blanco y el negro verás la dulzura de madre Macarena, notarás la sencillez de madre Soledad, oirás a los ángeles en la voz de sor Esperanza, te contagiará la compostura de sor Purificación. Monasterio de abadesa con báculo y mitra. Día de emociones y de contrastes, los años de las mayores y la juventud de las nuevas novicias venidas del nuevo Mundo.
En la consagración recuerdas lo que alguien te contó una vez: Dios es un misterio. Misterio que empiezas a comprender en una antigua pintura de la Fuente de Vida sobre el Sagrario.
Termina la misa y llega el momento. Rápidamente se forma la procesión. Un momento único. La posibilidad de entrar en otra Sevilla Oculta acompañando al mismo Dios. Atraviesas el claustro. Escuchas los cánticos. Te detienes en cada ángulo del patio, en cada una de las capillas. Un sacerdote, con capa pluvial antigua canta al Amor de los amores. Y una procesión medieval, sacada de otro mundo pisa romero esparcido por el suelo. Entre un bosque de columnas pareadas, la sombra de una espadaña, el aroma del incienso y el color de unos geranios recién regados completarán tu recorrido por el claustro de San Clemente.
El tiempo no habrá pasado. Caminas de regreso buscando a Dios por otro rincón y, en la blancura de Santa Clara, recuerdas una lápida del claustro que pisaste: Sepultado /el cuerpo venerable aquí reposa/esperando resurrección gloriosa/ para ser en el cielo colocado...Mañara femenino junto a la Barqueta. No recuerdas cómo terminan los torpes versos pero piensas que ya viviste algo de ese cielo en un rincón del mundo.
Cuatro. El Robocop. No puedes evitar caer en un sentimiento popular. Popular o populachero, sabe Dios. Porque Dios está en todas partes. Al menos eso te contaron. También al otro lado del río. Allí se funde con el pueblo. No hay un Dios más humano que el que recorre Triana. Las fuerzas te llevan allí después de los silencios conventuales. Y te encuentras con el pueblo. Pisas, hueles y sientes el romero. Otros años fue un Evangelista con calle pero este año verás a las dos patronas de Sevilla...que eran de Triana. Misterios de la ciudad. Como el gran misterio de Dios. Justa y Rufina vuelven a salir a la calle, aunque ya lo hicieron el jueves. No hay un corpus más sevillano. Porque así es el Niño Jesús montañesino del primer paso, y así es la Inmaculada barroca del segundo. Estandartes y representaciones del arrabal. En un escenario real, popular y auténtico. Quizás de los pocos que quedan. Mantones de Manila en los balcones y altares en la calle. Dios bajo una custodia de plata de la Parroquia de Santa Ana, la otra Catedral de Sevilla. Cordero Místico sobre el grupo de Santa Ana bendita, que de las tres limosnas que das al día, una sea la mía, la Abuela del mismo Dios que habita en el piso superior. Una custodia de 1729, de Andrés de Osorio. Techo de plata para un Dios que trianea. Una procesión que despierta tus sentidos. En día de Corpus. Con el cuerpo cansado. Con el corazón reconfortado. Casi has sido ubicuo. Estuviste casi en todas partes. Sol del Aljarafe. Dios de Dios. Luz de Luz. Dios está en todos los rincones...