domingo, 17 de agosto de 2014

EL CRUEL



La brisa de la tarde ha traído el lamento a tu memoria. Llanto por lo perdido. Llanto por lo olvidado. Antigua calle Real y realidad de un viejo barrio. Real de San Luis. El de los Franceses. Primo de un rey de España. Más santo. Los hubo más justicieros. Y más crueles...

Junto a la vieja arquivolta el ciprés se ha inclinado. Quizás, cansado por el peso de los años. Quizás, cargado de secretos inconfesables. Quizás por eso, se alió con el viento de la tarde para contarte algo. Susurrado con el calor de una tarde de septiembre. Resistencia al paso del tiempo. Resistencia del verano maduro que ve su final entre las torres mudéjares de un viejo barrio.

Plazuela de San Gil. Un ermitaño de origen griego. Anacoreta y milagroso. Defensor de pobres tullidos y arqueros. Con un ciervo a sus pies. Abogado de pecadores y conversor de reyes. Salvo de algún justiciero. La ventanas apuntadas se han aliado con el viejo ciprés. Unas cabezas de clavo góticas parecían haber sellado su boca. La brisa sobre el antiguo cardo desclavó sus labios. Libre como el viento. Al oído te cuenta un susurro:

Fue en esta vieja plaza. Media edad del tiempo. Sevilla ya era cristiana. Coronada de arcos moros. Al pies de la iglesia se cometió una fechoría. Había fallecido un viejo feligrés del barrio. Los parientes pidieron al cura cristina sepultura. No la concedió. Triste realidad. No tenía el dinero suficiente. Injusticia en época de reyes justos...

Cuenta el susurro que el rey Pedro fue informado y que, veloz como el viento, se plantó en la puerta de la iglesia. Céfiro hispalense. Llamó al cura y le pidió cuentas. Narró lo sucedido. El que llamaban Justiciero ordenó cavar al cura una fosa. En la misma puerta. Trazó, procedió y concluyó. Al terminar todo el mundo esperó. Faltaba el muerto. Ahogo en el corazón de los presentes. Todos esperaban la orden de traslado del viejo difunto. ¡Qué error el suyo!... El Justiciero se volvió cruel. Por la calle Real se oyó la orden. Retumbó hasta en los tuétanos...

–“Entierren al cura vivo. No hay justicia para el injusto...”.

Los gritos envolvieron la ciudad con un ropaje de terror. Tembló hasta el último ladrillo. Un vivo enterrado a los pies de la iglesia. Poe sevillano. Iglesia de San Gil. Todavía no habitaba la Esperanza. Allí se colocó una cruz. Recuerdo de una crueldad. Anticipo de odios fraternos y de maderas quemadas. Tierra de hermanos y hermanastros. Como el del rey don Pedro...

1 de septiembre. San Gil. Abad. Ciprés mirando al cielo. En el susurro de la tarde se te ha metido el terror en el cuerpo. Crueldad de justiciero. A lo lejos se oye un lamento. Alguien debería escucharlo....
¡Qué solos se quedan los muertos!

domingo, 10 de agosto de 2014

Nieves de verano.



Imagínese que en Sevilla nevara hoy o mañana, o cualquier día de Agosto. Un milagro que nadie se atrevería a explicar. Pues algo así ocurrió en Roma en el año 352. El sevillano que conoce la Ciudad Eterna en Agosto suele hacer la comparación con su Sevilla natal, aunque allí puede disfrutar de las fuentes que aquí no disfrutamos. Pues en esa Roma veraniega cuenta la tradición que nevó el 4 de Agosto del año 352. En una de sus colinas, el monte Esquilino, se produjo el milagro. Y la interpretación se la dio la Virgen a un noble patricio, Juan. También su esposa conoció el porqué del milagro. La Virgen deseaba que en aquel lugar se alzara una basílica dedicada a su nombre. Era el milagro de la Virgen de Agosto. O de la Virgen Blanca. O de la Virgen de las Nieves. Con cualquiera de estas advocaciones la conocemos.

La historia la pintó Bartolomé Esteban Murillo en dos pinturas para la Iglesia de Santa María la Blanca, en plena judería, un lugar que ya albergó en época medieval a una de las sinagogas de Sevilla. En estos lienzos Murillo representó el sueño del patricio, el milagro del Monte Esquilino, la entrevista con el papa Liberio y la procesión para señalar el lugar de la que sería la Basílica de Santa María la Mayor de Roma. Todo ello lo condensó en dos cuadros que serían una de las atracciones de la reforma barroca que se hizo a la iglesia en 1665. Lienzos que se adaptaban a los arcos, que se aparecían entre las yesería barrocas de las bóvedas, que explicaban la historia de la imagen titular del templo. Pero esto es pasado. Los invasores franceses robaron los cuadros en 1810 y fueron llevados a Francia junto a casi un millar de lienzos, dato que no debería ser olvidado en estos tiempos en los que solemos desdeñar la historia. En Francia fueron adaptados como cuadros de formato rectangular. Se le añadieron unas enjutas doradas que muestran la planta y el alzado de la Basílica de Roma, según diseños del arquitecto francés Percier. Las reclamaciones españolas tras la caída de Napoleón lograron que los cuadros fueran devueltos. Pero no a Sevilla. Las pinturas se depositaron en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid, y en el año 1901 pasaron al Museo del Prado. En la iglesia sevillana se colocaron en su lugar unas simples copias que nos traen la nostalgia de dos obras maestras que fueron robadas del lugar para el que se crearon. Su sitio no es el Museo del Prado. Su sitio es la pequeña iglesia barroca de la judería sevillana.

En estos tiempo de demandas tantas veces injustificadas alguien podría reclamar que las obras de Murillo volvieran a su lugar de origen. No hablamos de desmembrar un archivo, ni de fraccionar un patrimonio, ni de razones de enfrentamiento político. Hablamos de devolver un tesoro pictórico que fue robado de Sevilla. Hablamos de un patrimonio cultural colectivo.

Aunque, viendo lo que suele importar esto, antes que el regreso de las pinturas será más fácil que en Sevilla nieve cualquier día de Agosto...

La abuela de Dios.


Calle Pureza. Andabas buscando la sombra que te protegiera del sol de Julio. El sol de la Velá. Por tu memoria aparecía la figura de tu abuela que parecía seguir susurrando la retahíla que tanta gracia te hacía. Como buena trianera la repetía muy a menudo: “Señora Santa Ana / en tus manos dejo mi casa.

 / Señora Santa Ana / cuídame el puchero / por tu hija María y por tu nieto verdadero...”. 

Siempre recordabas aquello cuando entrabas en la parroquia. Tampoco olvidabas las enseñanzas de aquel profesor que te descubrió tu propia ciudad. Él te contó que es una iglesia del siglo XIII construida por un rey Sabio porque había sido curado de una enfermedad de la vista. Todavía recuerdas que te leyó un texto donde se contaba cómo a aquel rey se le salieron los ojos de sus cuencas y que Santa Ana lo curó. Qué cosas. Te entretenías pensando en esto cuando ibas camino de tu sitio de siempre. Era en un lateral, junta a dos santas trianeras, Justa y Rufina. Estaban en un cuadro muy antiguo, recuerdas que lo pintó un tal maestro de Moguer porque era de una época en la que los pintores no firmaban sus obras. ¡Qué tiempos!. Pensaste que hoy nadie haría nada sin firmarlo. También pensaste que nadie elige hoy el nombre de Justa ni de Rufina para sus niñas y eso que son las patronas de la ciudad... Tu profesor te había contado que fueron mártires hace muchos años. Sea usted mártir para caer en el olvido... Pero tú habías venido, un año más, a ver a Santa Ana. Y a la Virgen. Y al Niño... Siempre les tuviste especial devoción. Y en estos días parecían tener un brillo especial. Entre cirios rojos. Entre el oro viejo matizado por el incienso. Viendo el retablo volviste a recordar a tu profesor. Era una historia muy complicada. Y eso que tienes memoria para los nombres. Un retablo de 1540. Esculturas de Nufro Ortega y Nicolás de Jurate. Y sobre todo las pinturas. Unas tablas de un pintor flamenco, Pedro de Campaña, aquí, en plena Triana. Y las historias que contaban eran muy complicadas: el nacimiento de San Juan, el nacimiento de la Virgen, el abrazo ante la Puerta Dorada...Recuerdas que eran unas escenas que contaban historias apócrifas, tan complicadas como las de tus telenovelas. Era algo así como que Santa Ana se había casado con Cleofás, con Salomé y con Joaquín. Sus hijas María Salomé y María Cleofás formarían parte de ese grupo de las Tres Marías...qué complicado, pensaste. Y dirigiste tus pensamientos y tus oraciones hacia el grupo medieval, con reformas barrocas, con aire casi familiar. La abuela de Dios y tú frente a frente. Recordaste a otra abuela. La tuya. La que decía “Santa Ana bendita, de las tres limosnas que das al día, una sea la mía”. Recordándolo, al salir a la calle, no pudiste evitar una sonrisa. Un farolillo, el olor marino a río y a sardinas, el jaleo de la cucaña, la sonrisa de la Abuela de Dios...entre tantos recuerdos no te habías dado cuenta pero habían llegado a Triana los días más señalaítos...

Julio César.



Julio César me cercó de muros y torres altas y el rey santo me ganó, con Garci Pérez de Vargas”. Este es el final de un mal poema que suele pasar desapercibido cuando pasamos ante una lápida en la Puerta de Jerez. Es el mismo Julio César que vemos en el arquillo del Ayuntamiento, con buena planta, con su corona de laurel y su aire de dios clásico. Pero, ¿qué hace aquí un general romano que tanto trabajo dio a los estudiantes de latín de hace algunos años? Algo podemos recordar de él.
Cayo Julio César nació en Roma, dicen algunos biógrafos que tal día como hoy del 101 antes de Cristo, en una familia patricia muy ilustre, la Julia. No sabemos desde cuándo su familia usaba el apodo de César, aunque algún historiador explica que el origen está en un antepasado que había matado a un elefante, caesar, en las guerras contra Cartago. Nos importa poco. La cuestión es que César llegó a ser uno los más grandes políticos de Roma. Muy discutido. Muy polifacético: historiador, político, dictador, militar... Todo ello en los escasos 36 años que vivió hasta que fue asesinado por Bruto, su hijo adoptivo.
En su intensa vida, participó en numerosas campañas que lo llevaron a Britania, a las Galias, a África, a Asia... y a Sevilla. Su relación con nuestra ciudad fue, más que compleja, ciertamente difícil.
Los historiadores recuerdan cómo Julio César le dio a nuestra ciudad sus títulos: Colonia Iulia Rómula Híspalis. Para entendernos, una ciudad con nombres y apellidos. Pero, las cosas de los malos hijos: Sevilla, o sea Híspalis, le dio la espalda a Julio César. En medio de las luchas por el poder, los hispalenses apoyaron a Pompeyo frente a César. Nuestro protagonista acabó entrando en la ciudad con la cabeza de Gneo Pompeyo en las manos. A esos primeros sevillanos les dirigió estas palabras: “Vuestro odio a la paz ha sido siempre tal, que nunca han podido ser retiradas de esta provincia las legiones romanas. Para vosotros los beneficios son injurias y las injurias beneficios. ¿No veíais que aun muerto yo le quedaban al pueblo romano diez legiones con las que podía incluso asaltar los cielos?”. Duras palabras para el sevillano de la época en boca de César. Recordando esto me parece a mí que César fue el iniciador de algo tan extendido como la crítica al sevillano. Quizás con razón. Quién sabe... La cuestión es que la ciudad lo tiene en su memoria, le puso una calle y lo subió a una columna de piedra en la Alameda. Allí lleva más de cuatrocientos años. Ya no da discursos. Sólo mira a su pareja de hecho, Hércules. Éste también era extranjero, pero le gustó más la ciudad...
Viendo el garrote del Hércules de la Alameda comprendo por qué César lleva tantos siglos calladito...

San Luis de palo.


Mira Luisito que te lo han dicho veces: “Anda hijo, que eres más bonito que un San Luis de palo”.Siempre te preguntaste que sería aquello del palo, que a ti te suena más a golpe de esos que da la vida ó a baraja ó a quién sabe qué cosa más extraña. Por eso esta tarde nos vamos a conocer a tu santo, Luis Gonzaga, en el mejor día posible, el del comienzo del verano. Siempre fue el día de las notas, aunque cada vez te las den más tarde, que muchos padres se creen que cuando más días estén sin sus hijos mejor...

A ti siempre te sonó a vacaciones, a bañador, al adiós de los amigos y sobre todo a los caracoles y cabrillas que celebraban tu santo. Había llegado el verano. Pero esta tarde vamos a conocer el origen de tu nombre. Y vamos a ver al auténtico San Luis de palo.

Esta tarde saldremos a pasear cuando el sol de esta época ya no nos castigue. Te enseñaré que hay una calle que trazaron los romanos de tus películas y que atravesaba Sevilla de Norte a Sur y que la llamaban cardo. También se llamó calle Real, que por allí entraron los reyes de tus cuentos de medianoche y las reinas de tus fantasías. Hoy la calle se llama San Luis, pero no te confundas bonito, que está dedicada a un rey de Francia que también fue santo pero que no es nuestro San Luis de palo. Andando por aquella calle tan larga te llevaré a un iglesia colorá de grandes torres, con el ángel de la guarda de tus sueños en la portada y los animales de la Biblia de tu bisabuelo en sus torres. Siempre te llamó la atención la cúpula de aquella iglesia, la de San Luis de los franceses, no te confundas que el tuyo de palo está mucho más escondido.

Seguro que cuando entremos en la iglesia dejarás de escucharme. Yo te contaré que es del siglo XVIII, que la hicieron los jesuitas, que tiene pinturas de Domingo Martínez y esculturas de Duque Cornejo. Tú te quedarás sin habla. Aquello es como un teatro, con su cortinaje abierto y con miles de santos entre espejitos que te recordarán los guiñoles de tu colegio. Como si fuera un juego buscarás el tuyo. Está en un rincón, entre espejitos dorados y pinturas. Es un niño joven que mira una cruz. Yo te contaré que es patrón de la juventud, que era italiano, que era un ejemplo de virtudes en la orden de los jesuitas, que murió muy joven. Te contaré que San Luis buscaba siempre la eternidad y que en un desfile de jinetes presuntuosos el se presentó montado en un burro. No lo olvides. Era noble pero se reía de los lujos de este mundo. Me conformo con que esta tarde aprendas eso. Eso y que un día de verano conociste a tu San Luis de palo...

Corpus de domingo



Uno. “A quien madruga Dios le ayuda”. No estás muy seguro de la afirmación pero el domingo del Corpus lo sueles hacer. Domingo de Corpus litúrgico, que ya se sabe que el día que reluce más que el sol sigue siendo el jueves. 8:00 horas. Monasterio de Santa Paula. La soledad te ha acompañado en tu búsqueda de Dios camino del monasterio de jerónimas. Una espadaña de azulejos te ha saludado junto a la brisa de la mañana. Si Cernuda decía que la felicidad está detrás de un portón, el tuyo es de ladrillos mudéjares y se recorta en un paisaje limpio de blancos y azules. Entras. Un compás que huele a eternidad de cipreses y romeros. Nueva portada. La de un templo del siglo XV donde el gótico se despidió de Sevilla para dar la bienvenida al Renacimiento. Allí estarán, siglos más tarde, los tondos de Niculoso Pisano trasladando Florencia a Sevilla. Junto a ellos los ángeles de Pedro Millán en cerámica blanca. Flameros y pináculos te coronarán de ilusiones. Tránsito hacia el interior. Probablemente poco público, escogido, disperso entre azulejos y dorados. Una iglesia gótica con artesonado mudéjar, portadas manieristas y retablos barrocos. Te colocarás a los pies del Cristo del Coral, el crucificado medieval que regaló Montesión. Mientras sigues la liturgia te sentirás una ofrenda más al legendario y milagroso Cristo. Encerrado en una urna de cristal. Como las monjas jerónimas. Enrejadas al otro lado de la iglesia. Cautiverio de inocentes. Clausura que hoy se abre mientras te envuelven los cánticos de las hijas de San jerónimo. El Padre de la iglesia y el penitente del desierto. Lujo y pobreza, Biblia Vulgata y tentaciones en el desierto. Simbología de la vida misma. Lo interior y lo exterior. Cuando se organice la procesión, se formarán las filas de emociones en tu interior. Poco a poco, sostenido por voces celestes y bajo palio Dios se introducirá en el claustro principal. Ya lo estaba pero ahora se hace presencia física. Lo acompañarás bajo los arcos del claustro manierista. Dios escoltado por monjas jerónimas. El tiempo se habrá parado a contemplar la escena de hábitos, custodias y sonrisas bajo palio. En las paredes, unos azulejos burlescos parecen contener su mueca al paso de Jesús Sacramentado. Así es el barroco. Lugar de contrastes. Cuando termine la procesión, después de la bendición, notarás la ausencia de una Esperanza que un día fue monja. Quizás tus pies se habrán posado sobre su tumba en el claustro. Notarás su eterna sonrisa en el cielo, la de una Madre que tantas veces te acompañó en tu visita el convento. Sonrisa en los cielos. Dios debe estar contento. La sonrisa eterna subió al cielo. Volverás al mundo de los vivos entre las blancas paredes de San Marcos. ¿Por qué buscar entre las muertas al que está vivo?

Dos. Has pasado al mundo de los vivos. Pero sin estridencias. Quizás al de unos vivos de hace muchos años. Porque la Plaza del Museo y la Magdalena se han quedado anclado en siglos pasado. Unos servidores de librea así te lo anuncian, también los chaqués, los niños carráncanos y los lazos de las niñas vestidas de domingo. Otro tiempo. Arte en la calle y al otro lado del muro. Entre columnas salomónicas se enmarcará el Niño Jesús de Jerónimo Hernández. Orígenes de la Quinta Angustia: propagar a los cuatro vientos que el Dulce Nombre de Jesús está por encima de todo. Después vendrá la Inmaculada de Hita del Castillo que recoge todos esos vientos. El movimiento de las manos de un caballerito de San Juan de la Palma se traslada a una Virgen de la Magdalena. Hermandad Pura. Y no estamos en Triana. Entre aromas de romero y conducida por un capataz de tus viejas estampas del siglo XIX llegará la custodia. Plata del siglo XVII y del XVIII. Manos de orfebre para cobijar a Dios sobre la Inmaculada y bajo el libro de los Siete Sellos. Con siete secretos. Siete misterios. El de Dios hecho presente ha pasado por delante tuya de la forma más elegante...

Tres. Quizás sea la segunda opción. Quizás la tercera. Cuestión de tiempo. Una vez más llegarás al final de la calle Santa Clara. Un año más te conviertes en un hombre perdido hacia un afán inconcreto. Recuerdos de poeta olvidado. La paz de Santa Clara y el monasterio de San Clemente. La orden del Císter en Sevilla. Por el antiguo compás entrarás a otro mundo. Un mundo de silencio, de ausencias, de presencias...Misa de Corpus en San Clemente. Atraviesas bajo el azulejo del titular, y ves el ancla de su martirio transformada por la luz de la mañana.
Entrada a la iglesia y entrada a otro mundo. El mundo de un rey bajo cuyos dominios no se ponía el sol, el mundo de una orden centenaria de silencios y austero blanco y negro. Bajo una impresionante armadura mudéjar ocupas tu lugar. No habrá mucho público. El justo. Porque te acompañan también las santas de los muros, la sonrisa cómplice del Niño de la Virgen de los Reyes, la mirada interrogante del Bautista, la fortaleza del San Clemente del altar mayor... Y una comunidad de monjas que hacen presente el espíritu medieval de San Bernardo en pleno siglo XXI. En la uniformidad del blanco y el negro verás la dulzura de madre Macarena, notarás la sencillez de madre Soledad, oirás a los ángeles en la voz de sor Esperanza, te contagiará la compostura de sor Purificación. Monasterio de abadesa con báculo y mitra. Día de emociones y de contrastes, los años de las mayores y la juventud de las nuevas novicias venidas del nuevo Mundo.
En la consagración recuerdas lo que alguien te contó una vez: Dios es un misterio. Misterio que empiezas a comprender en una antigua pintura de la Fuente de Vida sobre el Sagrario.
Termina la misa y llega el momento. Rápidamente se forma la procesión. Un momento único. La posibilidad de entrar en otra Sevilla Oculta acompañando al mismo Dios. Atraviesas el claustro. Escuchas los cánticos. Te detienes en cada ángulo del patio, en cada una de las capillas. Un sacerdote, con capa pluvial antigua canta al Amor de los amores. Y una procesión medieval, sacada de otro mundo pisa romero esparcido por el suelo. Entre un bosque de columnas pareadas, la sombra de una espadaña, el aroma del incienso y el color de unos geranios recién regados completarán tu recorrido por el claustro de San Clemente.
El tiempo no habrá pasado. Caminas de regreso buscando a Dios por otro rincón y, en la blancura de Santa Clara, recuerdas una lápida del claustro que pisaste: Sepultado /el cuerpo venerable aquí reposa/esperando resurrección gloriosa/ para ser en el cielo colocado...Mañara femenino junto a la Barqueta. No recuerdas cómo terminan los torpes versos pero piensas que ya viviste algo de ese cielo en un rincón del mundo.

Cuatro. El Robocop. No puedes evitar caer en un sentimiento popular. Popular o populachero, sabe Dios. Porque Dios está en todas partes. Al menos eso te contaron. También al otro lado del río. Allí se funde con el pueblo. No hay un Dios más humano que el que recorre Triana. Las fuerzas te llevan allí después de los silencios conventuales. Y te encuentras con el pueblo. Pisas, hueles y sientes el romero. Otros años fue un Evangelista con calle pero este año verás a las dos patronas de Sevilla...que eran de Triana. Misterios de la ciudad. Como el gran misterio de Dios. Justa y Rufina vuelven a salir a la calle, aunque ya lo hicieron el jueves. No hay un corpus más sevillano. Porque así es el Niño Jesús montañesino del primer paso, y así es la Inmaculada barroca del segundo. Estandartes y representaciones del arrabal. En un escenario real, popular y auténtico. Quizás de los pocos que quedan. Mantones de Manila en los balcones y altares en la calle. Dios bajo una custodia de plata de la Parroquia de Santa Ana, la otra Catedral de Sevilla. Cordero Místico sobre el grupo de Santa Ana bendita, que de las tres limosnas que das al día, una sea la mía, la Abuela del mismo Dios que habita en el piso superior. Una custodia de 1729, de Andrés de Osorio. Techo de plata para un Dios que trianea. Una procesión que despierta tus sentidos. En día de Corpus. Con el cuerpo cansado. Con el corazón reconfortado. Casi has sido ubicuo. Estuviste casi en todas partes. Sol del Aljarafe. Dios de Dios. Luz de Luz. Dios está en todos los rincones...