Nací hace muchos años. Si mal no recuerdo, era el año 1694, una época en la que esta ciudad era muy diferente a lo que hoy conocemos. Es un pensamiento que me asalta siempre cuando, cada primero de noviembre, llega mi cumpleaños.
Sólo conocí a mi padre. Se llamaba Sebastián Conde. Creo que en su oficio era uno de los mejores de la ciudad. Después de mi parto llegó a ser alguien cotizado. La verdad es que me modeló con todo el cariño del mundo y me dedicó más tiempo que a la mayoría de mis hermanas. Por eso nací con tanta prestancia: ahuecada, recargada de detalles, llena de símbolos, enigmática, airosa, elegante, llena de contrastes... Está feo que yo lo diga pero fui, sin duda, hija de mi tiempo.
Una hermandad me trajo a mi lugar en la ciudad. Un parto hermoso para el mejor lugar. Nada menos que en la calle Sierpes, el centro de mi mundo. Un lugar para quedarse toda una vida. Eso creía yo...
Porque esta ciudad es caprichosa y no sabe dejar las cosas en su lugar. Ya había llegado a mi madurez, pero me conservaba espléndida. Tendría unos treinta y tantos. Y les dio por moverme.
Escuché la causa y no pude dar crédito: el cortejo de unos reyes me movía para pasar con mayor facilidad. Unos reyes... Yo, que estaba acostumbrada a ver pasar a las reinas de Sevilla bajo palio y al rey de San Lorenzo que llegó a ser mi vecino... Creo que fue en 1729. Me llevaron a un convento de monjitas cercano. Siempre digo lo de monjitas porque las llamaban mínimas. Nunca supe por qué...
Fue el inicio de mi calvario. En el sentido figurado, porque mi lugar siempre fue ese... Calvario, porque tardaron casi cinco años en devolverme a mi lugar de la calle Sierpes. Hubo quien se dio cuenta de que no llovía porque yo no estaba en mi lugar. Cinco largos años sin ver procesiones...
Aunque luego llegó lo mejor. Todas las procesiones tenían que pasar a mi vera. Lo que disfruté... por poco tiempo. Al final del siglo me volvieron a mover. Otro rey con peluca y con cara bobalicona me trasladó allá por 1796. De nuevo el destierro al conventito. Casi veinte años para volver mi lugar... Y lo peor estaba por llegar. Unos reyes de Brasil volvieron a moverme y llegó el triste día en que me hicieron despedirme de Sierpes. Entré en un convento que habían transformado en museo. Noviciado de arte. Alguien de mi porte entre cuadros antiguos. No hay derecho. Se habían empeñado en acabar con mi vida. Y nadie pidió mi opinión...
Lo peor llegó allá por 1920. Me llevaron a un barrio donde me hicieron santa. A mi edad me hicieron crecer. Una condena eterna. Hoy es mi cumpleaños y maldita sean las ganas que tengo de celebración. Seguiré escuchando turistas a mis pies. Típicos tópicos. Para una cruz de cerrajería de mi porte. Merezco un mejor lugar en el mundo...