domingo, 30 de noviembre de 2014

Sin pecado original


Mujer envuelta de sol, con la luna bajo sus pies y revestida de estrellas”. Concebida sin pecado original. Así lo apuntó ya el Concilio de Éfeso (431). Triunfó en la mentalidad popular del Barroco sevillano. Resistió a dominicos que no creyeron en ella. Fue defendida hasta por un ingenioso hidalgo de cuyo nombre no quiero acodarme. “Soy don Quijote el manchego / que aunque venido de la Mancha / hoy defiendo a la sin Mancha.” Hubo quien juró derramar sangre por ella. Sangre por una inmaculada... Silencio para defender en alto un juramento, con cirio y con espada. Franciscanos y jesuitas en su bando, el bando celeste. Fue pintada, grabada, tallada y soñada de mil y una maneras: triunfante, asunta, ciega o carmelita. Concepción para los amigos. Hasta 1854 no se declaró su dogma. Por una vez en la vida, Sevilla pionera... Aunque ya en 1497 hubo universidades que impulsaron el juramento de la creencia en el dogma para obtener el título de doctor. Siempre nos quedará París...

La proclamación del dogma llegó tarde (1854), pero la ciudad siempre lo consideró como algo de común aceptación. Y fue el recuerdo del centenario del voto de la ciudad el que motivó la erección de un monumento a la Inmaculada mediante suscripción popular. Esta obra conjunta situada en la actual plaza del Triunfo corrió a cargo del arquitecto José Espiau y del escultor marchenero Lorenzo Coullaut Valera. Espiau diseñó un pedestal octogonal con cuatro pilares de orden jónico y su correspondiente tramo de entablamento. Coullaut colocó en los frentes inferiores las figuras de Miguel del Cid, Murillo, Juan de Pineda y Martínez Montañés, defensores del dogma en la poesía, la pintura, la teología y la escultura. Como coronamiento realizó una traslación a la escultura de la Inmaculada que Murillo pintó para el Hospital de los Venerables y que fue sustraída por el mariscal Soult con la invasión francesa. La inscripción “Regina Sine Labe Concepta” completaba un conjunto que fue definitivamente inaugurado el 8 de diciembre de 1918, pasando a figurar desde entonces como uno de los monumentos más representativos de la ciudad. Sobrevivió y sobrevive... Resistió las críticas de Fray Ángel Ortega que, en 1917 censuró la ausencia de referencias a su comunidad.

Críticas a un monumento, nada nuevo. Sobrevivió a los radicales que en la República quisieron derribar el monumento y a los que incluso quisieron prenderle fuego. No había madera como en tantas iglesias abrasadas... A duras penas sobrevive al abandono de tanta incultura que hace que un día tenga una pintada y al otro se le caiga el rostro a Montañés por falta de conservación. Sigue siendo un triunfo... No sabemos si resistirá muchos años más escuchando “clavelitos”...

viernes, 14 de noviembre de 2014

23 de noviembre. Onomástica



Rezo de completas bajo una luz dorada. Siglos de historia en inocentes almas vestidas de blanco y negro que afrontaban el fin de la jornada. Con notable impaciencia, las sombras de las alturas parecían aguardar el fin de la liturgia tantas veces repetida. Había sonado el órgano y la letanía de todas las noches. “Muéstrate Señor propicio, protégenos mientras dormimos”. Desde su tribuna de madera dorada el santo rey, el santo papa y el santo golpista contemplaban la escena. Las sombras ganaban, definitivamente, la batalla a la luz, y las monjas fueron formando según la costumbre. Del coro a la celda. La madre abadesa las fue despidiendo una a una mientras empleaba con solemnidad su hisopo de plata. Bendiciones para fundirse con un negro mar de silencios. Junto a la pequeña puerta de acceso al claustro, madre Angustias se dirigió a la abadesa atreviéndose a romper el silencio de la liturgia:

- Madre: he vuelto a sentir su mirada...
Una mezcla de altivez y de comprensión surcó el rostro de la superiora de las cistercienses.
- Candado en tu boca, silencio en tus labios y perdón en tu corazón... Que San Benito te proteja y que el Altísimo acompañe tus sueños.

Un año más, la abadesa había vuelto a ignorarla. Madre Angustias había vuelto a sentir el desasosiego de años anteriores en la víspera del patrón. Trató de consolarse. Quizás sería el esfuerzo realizado para tener a tiempo el altar de la novena de Santa Gertrudis, quizás serían los ensayos para la función del día siguiente, quizás fuera su propia imaginación... Pero desde que regresó a su celda entre las sombras de las columnas pareadas del claustro comenzó a sentir que este año era diferente. Peor. Un escalofrío recorrió su cuerpo mientras musitaba sus últimas oraciones antes de acostarse. Por cada rincón de su hábito penetró la carcajada arrogante del viejo barbudo que presidía el altar mayor. Un mal pensamiento sobre uno de los primeros papas de la historia rondó su celda, pero pudo sobreponerse. No fue así toda la noche. A la sensación de acumulación de esas sombras acechantes volvieron a añadirse las risas lascivas de los benedictinos de las paredes, los jadeos de origen inconfesable, los juros y blasfemias más irreverentes y el ruido más indecoroso en el reino de los silencios.

Un año más maldijo su capacidad visionaria o lo que fuera aquello y, un año más, llego al día de la solemne función con ojeras en el rostro y pánico en el corazón. Estaba amaneciendo cuando llegaron todas al coro. Capítulo de sinrazón de monjas atemorizadas. El rezo de maitines tendría que posponerse. Una buena limpieza eliminaría las manchas de vino y el olor a vómito sacrílego...
Este año Clemente se había excedido en su celebración...