domingo, 15 de febrero de 2015

La condesa de Lebrija


Se llamaba Regla Manjón y Mergelina, y había nacido en Sanlúcar de Barrameda allá por el año 1851. Vivió en Sevilla desde muy joven. Se casó, también muy joven, con Federico Sánchez Bedoya, que llegaría a ser con el tiempo vicepresidente del gobierno. Quedó viuda pronto, volcándose en su pasión: las antigüedades. Pero su nombre va unido a un lugar. Su casa en la calle Cuna: la Casa de la Condesa de Lebrija.

Entras allí y, entre columnas, azulejos y obras de arte, ves el mejor mosaico romano de la ciudad. Cierras los ojos y retrocedes en el tiempo. Y llegas a escuchar las palabras de Doña Regla:
“Tienen las casas fisonomía. Tienen las casas alma. Tienen algo indefinible, nacido de una idea o de un sentimiento. Tienen algunas el incomparable sello de una época. Casas hay que ríen. Otras que, como las cosas de que habla el poeta latino, tienen lágrimas...”.

Hablaba la condesa de una casa en la que volcó su vida. En su interior resuena el eco de sus palabras: “Mi casa es abreviado compendio donde toda mi vida se ha condensado. Ella es el relicario donde he guardado las venerables memorias de mis abuelos, los sagrados objetos de mis llorados muertos, las lujosas preseas de mi juventud, los fúnebres crespones de mi luto y los artísticos tesoros durante toda mi vida acumulados”.

Andas por sus habitaciones y pisas la Roma clásica: mosaicos, Dioses, emperadores, lucernarios, ánforas, columnas, esculturas... Tantas cosas que parece que la condesa no se dedicó a nada más. Pero su vida fue apasionante. Fue la primera mujer elegida como académica de Bellas Artes, formó parte desde 1922 de la Comisión Provincial de Monumentos y llegó a ser hija adoptiva y predilecta de la ciudad por sus labores caritativas. Junto a su pasión por la arqueología, doña Regla trabajó por los niños abandonados y participó en la Junta de la lucha antituberculosis. Andas por su palacio de la calle Cuna y aquello te parece un tiempo pasado. Recuerdas algo curioso. Cuando doña Regla quería un mosaico llegaba a comprar la finca donde estuviera para poder llevarlo a su casa y conservarlo. Incluso adaptaba la forma de la habitación a los mosaicos romanos.

Sales a la calle y te das cuenta de que vives en otro tiempo. Los incultos de ahora encuentran mosaicos en la Encarnación y se dedican a destrozarlos. En vez de cuidar los restos romanos, les colocan una grúa y máquinas pesadas encima. En vez de adaptar su casa, como Doña Regla, adaptan los restos de la historia a sus sueños de grandeza, a su cortedad mental.

En la calle Cuna moría la condesa un día como hoy de 1938. Allí está la historia tratada con mimo; en la plaza de la Encarnación la historia simplemente se destroza. Así nos va...