Por Ella madruga la madrugada. Por ella
el tiempo se detiene. Por ella la ciudad se despierta. Por ella la ciudad se
deja alcanzar por el tiempo que convoca al Sol en una esquina gótica que
alumbrar una mirada de siglos.
Cuentan que por Ella la ciudad abandonó
la fe de Mahoma y abrazó la de un Niño juguetón que se sienta en su regazo, la
sonrisa eterna frente a la sonrisa cotidiana, la Madre eterna, que nunca muere
la maternidad, frente a la infancia infinita que alarga su vida en las tardes
de verano; niños que viven todas las vidas del mundo en mañanas de calor de
agosto, en soles abrasadores que invitan a cerrar los ojos, abrir la
imaginación y sestear sin más límites, temporales ni espaciales.
Cuentan que el suyo es un amor de madre y
no un amor de verano, amor que todo lo disculpa, todo lo alcanza y todo lo
entiende, que por eso mira al frente para olvidar el pasado, futuro de
misteriosa sonrisa por lo que ha de venir y olvido de culpas que se prenden a
su espalda, en mantos de rojos terciopelos y verdes de esperanza, en escudos de
reinas terrenales y en castillos y leones que defendieron a un Niño, Rey de
reyes, por Ella y sólo por Ella.
Dicen que por Ella la ciudad abandonó el
Islam y se hizo Castilla bordada en tisú blanco, que llegó traída por ángeles
que se asentaron en el blanco de los muros conventuales de la ciudad, que su
corazón de cedro inundó de Amor una ciudad a la que salvó de muchas
inundaciones y muchas sequías, que en sus manoplas de madera se sellaron muchas
promesas agradecidas en forma de besos que dejaron a la madera descarnada para
mostrar el alma, adiós barnices y adiós policromía, que hay una mirada en un
rincón de la Catedral que concentra un mundo de reyes a sus pies, plata y
mármol, y un cielo de piedra en su bóveda, con reyes, santos y profetas que
anuncian durante siglos la magia de un instante, aquel en el que por Ella se
hace el silencio en el mejor cahíz de terreno del mundo, repican campanas y
redoblan corazones, sístoles y diástoles, en un pueblo que mira al frente, que
por Ella la ciudad se hace tumbilla de convento donde se rezan laudes, vísperas
y completas en un instante, el de su mirada al frente, el de la sonrisa eterna,
el de un pueblo hecho coral de corralones viejos colgados junto a su viejo
corazón de madera, nardo y azucena, milagro para sonreír mirando al frente,
jugar a ser niño y amar como una madre, que Ella hace reinar la paz en un mundo
de varas de mando al que sólo trae varas de nardo; poder y humildad que grita
en silencio que quien quiera ser grande en el mundo se tiene que hacer pequeño,
niños ahora, por siempre y por Ella, que por Ella y sólo por ella en tu ciudad reinan eternamente
los reyes y eternamente reina la sonrisa de las
abuelas con abanico en las eternas tardes de agosto.