Por primera vez, conducían ellas. Ya era
hora. Aquel año 1924, en Sevilla se fundaba la hermandad de los Estudiantes; en
Madrid, Primo de Rivera eliminaba el parlamento y en Europa Lenin daba nombre a
la antigua ciudad de Petrogrado. De Pedro a Vladimir. De Sevilla a París.
Vestidas con la moda de la época fueron retratadas por Enrique Orce, el creador
de toda una estética en los azulejos de la Plaza de España. La ciudad se ponía
coqueta para la Exposición Iberoamericana y las mujeres miraban a la capital
del Sena para quitarse definitivamente el rancio aroma de provincias. Moda
parisina. En la Feria y en un azulejo para vender una marca de coches, el
Studebaker, con sus seis cilindros anunciados. Fueron retratadas para situarse
en la entrada a un conocido local de la época, el Sport, bar y centro de
numerosas tertulias de la época,
dirigido por el conocido Pepe “el del Sport”. Fue Vicente Aceña, delegado
comercial de de la marca de coches, el promotor de la obra, un gran lienzo de
azulejos de casi cinco metros pintados con la técnica del aguarrás en la
fábrica de Viuda e Hijas de Manuel Ramos Rejano. Un retrato de una época.
España bajo lo que algunos llamaron una dictablanda. El mundo viviendo los
llamados felices 20. Mujeres que acortaron su falda, que fumaron y que
recortaron su pelo a lo garçon. Faltaba una década para que pudieran votar como
los hombres pero ya conducían coches de seis cilindros seis, como las mejores
tardes de toros. Pamelas y estolas de visón para unas mujeres que se comían el
mundo el año que Coco Chanel lanzaba su primera colección de cosméticos. Libres
e independientes, jóvenes y despreocupadas, paseaban por un imaginario jardín
en el que aparecía la célebre estatua del Pensador de Rodin. Otra influencia
parisina que aquí no triunfó en la hermandad de las Cigarreras. Una de las
chicas lo señala y parece explicar la lección correspondiente. El pensamiento y
la reflexión son la base de la libertad, que no es masculina sino femenina.
Poco importaba que, durante mucho tiempo, en la antigua calle de los Colcheros,
hoy Tetuán, la dirección de los coches fuera la contraria a la de este
Studebaker de seis cilindros. Sus conductoras ya sabían que iban en contramano.
Hoy siguen provocando todavía más: la calle es peatonal. Alguien las llamó en
sus orígenes las locas del volante. Símbolo de toda una época. Fueron
retratadas en 1924, el año en que se fundaba
la Metro-Goldwyn-Mayer, como resultado de la fusión de Metro Pictures,
Goldwyn Pictures y Louis B. Mayer. Tiempos de cine en blanco y negro. En la
calle Tetuán, un grupo de cinco mujeres empezaban a vivir un guión propio.
jueves, 18 de junio de 2015
martes, 2 de junio de 2015
5 de junio. El bautizo
El niño había salido llorón. Aquella
noche apenas dejó dormir a sus padres, que además acumulaban los nervios
propios del día siguiente. Porque antes de acostarse habían dejado todo
preparado. Encima de la mesa estaba el velo que había usado dos años antes en
su boda. Doña Juana, la abuela del pequeño lo había puesto con mucho cuidado
sobre la mesa de entrada. Serviría como batón. Don Juan, el abuelo, había
llegado algo más tarde aquel día pero una doble alegría se reflejaba en su cara.
Al nuevo nieto se unía un gran pedido de calzas que había mandado a América. Lo
había cobrado por anticipado y ya sabía que lo emplearía al día siguiente para
invitar a los vecinos. Jerónima, la joven madre, todavía estaba algo molesta
por el parto. Molesta pero feliz. Tanto como Juan, su marido, un hombre serio
acostumbrado al mundo de las notarías que aquel día dejaba ver una amplia
sonrisa en su rostro. Al día siguiente se bautizaba el que era su primer hijo.
Sevilla, un día de junio de 1599. Barrio
de la Morería. A la calle de la Gorgoja llegaba don Pablo Ojeda muy temprano,
venía casi corriendo de su casa en la Magdalena y traía sus mejores calzas y
unas cajas en una bolsa. Su olor a anís delataba que eran bollos recién
comprados en la monjas de Santa Inés. Ya estaban todos preparados: el padre,
los tíos Fernando y Ana y los abuelos. Doña Jerónima se tuvo que quedar en casa
descansando. Cuando despidió a su hijo, le dijo a Juan: no tardéis y traédmelo
hecho un buen cristiano. Camino de la vieja iglesia mudéjar de San Pedro, doña
Ana, la señora que freía los huevos en el puesto junto a la Compañía, les hizo
un vaticinio:
“Este niño será importante, pasará a la
historia”.
Al padrino aquello le pareció otra
historia más de aquella loca, pero, como le hizo gracia, le regaló unos bollos
de las monjas.
La ceremonia fue breve. Cuando el viejo
párroco preguntó el nombre elegido, casi contestaron al unísono:
–“Se llamará Diego, como su abuelo”.
–“Diego, yo te bautizo en el nombre del
padre, del hijo y del Espíritu Santo”. El niño volvería a casa cristiano.
Antes de salir, el padre de la criatura
se paró a rezar un momento delante del viejo crucificado de la peluca. Siempre
le tuvo gran devoción y aquel día le agradeció que el niño hubiera nacido lleno
de salud. Al salir, el padrino se encontró a unos pícaros que jugaban a pares y
nones. Otro cantaba aquello de “kikirikí, calla bobo que no es para ti”. Don
Pablo, orgulloso de ser padrino, volvió a repartir bollos e incluso dio alguna
moneda.
El cortejo salió rápido para su casa: el
niño ya tenía hambre y había que invitar a los amigos. Mientras, en la
sacristía alguien apuntaba el nombre del nuevo cristiano: Diego. Con el tiempo
se conocería como Velázquez. El más grande pintor de todos los tiempos...
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