miércoles, 5 de agosto de 2015

Reyes


Por Ella madruga la madrugada. Por ella el tiempo se detiene. Por ella la ciudad se despierta. Por ella la ciudad se deja alcanzar por el tiempo que convoca al Sol en una esquina gótica que alumbrar una mirada de siglos.

Cuentan que por Ella la ciudad abandonó la fe de Mahoma y abrazó la de un Niño juguetón que se sienta en su regazo, la sonrisa eterna frente a la sonrisa cotidiana, la Madre eterna, que nunca muere la maternidad, frente a la infancia infinita que alarga su vida en las tardes de verano; niños que viven todas las vidas del mundo en mañanas de calor de agosto, en soles abrasadores que invitan a cerrar los ojos, abrir la imaginación y sestear sin más límites, temporales ni espaciales.

Cuentan que el suyo es un amor de madre y no un amor de verano, amor que todo lo disculpa, todo lo alcanza y todo lo entiende, que por eso mira al frente para olvidar el pasado, futuro de misteriosa sonrisa por lo que ha de venir y olvido de culpas que se prenden a su espalda, en mantos de rojos terciopelos y verdes de esperanza, en escudos de reinas terrenales y en castillos y leones que defendieron a un Niño, Rey de reyes, por Ella y sólo por Ella.

Dicen que por Ella la ciudad abandonó el Islam y se hizo Castilla bordada en tisú blanco, que llegó traída por ángeles que se asentaron en el blanco de los muros conventuales de la ciudad, que su corazón de cedro inundó de Amor una ciudad a la que salvó de muchas inundaciones y muchas sequías, que en sus manoplas de madera se sellaron muchas promesas agradecidas en forma de besos que dejaron a la madera descarnada para mostrar el alma, adiós barnices y adiós policromía, que hay una mirada en un rincón de la Catedral que concentra un mundo de reyes a sus pies, plata y mármol, y un cielo de piedra en su bóveda, con reyes, santos y profetas que anuncian durante siglos la magia de un instante, aquel en el que por Ella se hace el silencio en el mejor cahíz de terreno del mundo, repican campanas y redoblan corazones, sístoles y diástoles, en un pueblo que mira al frente, que por Ella la ciudad se hace tumbilla de convento donde se rezan laudes, vísperas y completas en un instante, el de su mirada al frente, el de la sonrisa eterna, el de un pueblo hecho coral de corralones viejos colgados junto a su viejo corazón de madera, nardo y azucena, milagro para sonreír mirando al frente, jugar a ser niño y amar como una madre, que Ella hace reinar la paz en un mundo de varas de mando al que sólo trae varas de nardo; poder y humildad que grita en silencio que quien quiera ser grande en el mundo se tiene que hacer pequeño, niños ahora, por siempre y por Ella, que por Ella y  sólo por ella en tu ciudad reinan eternamente los reyes y eternamente reina la sonrisa de las  abuelas con abanico en las eternas tardes de agosto.

jueves, 16 de julio de 2015

Santa Ana




Calle donde se hace bendita la pureza. Buscas la sombra que te proteja del sol de Julio y del calor de las tardes de cucaña. Todavía parece que tu abuela susurra  la retahíla que dibujaba la sonrisa en tus labios. Era buena trianera y tenía su particular jaculatoria: “Señora Santa Ana / en tus manos dejo mi casa. / Señora Santa Ana / cuídame el puchero / por tu hija María y por tu nieto verdadero...”

Emociones, sensaciones y datos se entremezclan en la parroquia de almagra y de los flameros cerámicos. Una iglesia del siglo XIII construida por un rey Sabio curado al que se le salieron los ojos de sus cuencas. Santa Ana lo curó. Te entretienes con la historia camino de tu rincón de siempre, en un lateral, junto a las santas Justa y Rufina, retratadas por un tal maestro de Moguer en una época en la que los pintores no firmaban sus obras. Tiempos. Dudas que quede alguien con el nombre de Justa ni de Rufina, hoy patronas de la nada. A lo que ibas. Un año más. Tu retrato de hoy es el de Santa Ana. Y el de la  Virgen. Y el del Niño. No sabes si es tu especial devoción pero hay días que tienen brillo especial entre lágrimas de cera roja y oros viejos diluidos por el incienso. El gran retablo vuelve a narrarte su historia como en un caleidoscopio de tablas al temple. Una vida complicada, y mira que tienes memoria para los nombres.

Un obra de 1540. Esculturas de Nufro Ortega y Nicolás de Jurate. Y tablas de un pintor flamenco, Pedro de Campaña, aquí, en plena Triana, la cuna de otros flamencos. Escenas para pintar un retrato muy complicado: el nacimiento de San Juan, el nacimiento de la Virgen, el abrazo ante la Puerta Dorada... Viñetas que te narran historias apócrifas, tan complicadas como las de tus telenovelas. Algo así como que Santa Ana se había casado con Cleofás, con Salomé y con Joaquín. Sus hijas María Salomé y María Cleofás formarían parte de ese grupo de las tres Marías, el que sale en los pasos de Semana Santa. Te olvidas de todo y diriges pensamientos y oraciones hacia el grupo medieval que un día recibió aires barrocos y que nunca perdió el aire familiar. La abuela de Dios y tú frente a frente.

Recuerdos de otra abuela. La tuya. La que decía “Santa Ana bendita, de las tres limosnas que das al día, una sea la mía”.  Allí está sentada, bajo una bóveda de ladrillo gótico y aromas húmedos de baúl antiguo con pastillas de jabón. Ya en la calle no puedes evitar una sonrisa. La sonrisa eterna de las abuelas en los retratos arrugados de peinadora. Un farolillo, el olor marino a río y a sardinas, el jaleo de la cucaña, la sonrisa de la Abuela de Dios. Es Triana. Retrato eterno de familia. Cualquier jornada del año puede ser un día señalaíto.

jueves, 2 de julio de 2015

Caliente, caliente


Las personas que más calor soportan en Sevilla son el Papa, los reyes, el obispo y un fraile. No sólo en verano, sino todo el año. Más que calor, están achicharraos. Y eso que están desnudos todo el año. Ya no les importa que la gente se pare a mirarlos buscando un pajarito. Niño, mira el pajarito...ay por Dios, las calores.... Se consumen en medio de las llamas. Miran hacia el cielo. Se fríen de calor sobre un muro: el muro de la Iglesia de San Pedro. Caliente, caliente. Rafaela Carrá al sevillano modo...

Allí, en un azulejo que realizó Juan Oliver, aparecen, en el fuego del purgatorio, estos egregios personajes mezclados con otros seres anónimos que piden piedad al cielo. Son ejemplo de una antigua tradición católica: el recuerdo a las ánimas benditas. Su culto en la Iglesia católica proviene de una reacción a las doctrinas de Lutero, que negaba la existencia del purgatorio porque consideraban que la muerte de Cristo había redimido ya al hombre del pecado. La reacción del Concilio de Trento fue promover el culto a las ánimas benditas del purgatorio, lugar bien caluroso según nos lo representaban grandes lienzos que presidían las capillas de las hermandades de ánimas. La ciudad se pobló de capillas dedicadas a este culto, unido a la devoción a la Virgen del Carmen, especial intercesora en estos casos. Lo curioso del caso es que las hermandades de ánimas solían colocar un retablo interior pero también uno exterior, normalmente de azulejos, para aquellos momentos en los que estuviera cerrada la iglesia. Todavía hoy los podemos encontrar en las fachadas de algunos templos, siempre con los mismos personajes: las ánimas benditas, la Virgen del Carmen, los ángeles, la Corte Celestial...

 Hay retablos de ánimas antiguos como los de las parroquia de San Juan de la Palma, bellos azulejos del siglo XVIII; o como el de la iglesia de Santiago, realizado en estuco. Otras iglesias renovaron sus azulejos a lo largo del siglo XX. Es el caso de las parroquias de Omnium Sanctorum, San Lorenzo o San Pedro. Tenemos noticias de que la pared de la iglesia de San Pedro ya tenía azulejo de ánimas en el siglo XVIII, colocado para evitar las fiestas que se hacían en el lugar durante las noches de verano, quizás el precedente de movidas actuales...

Los tiempos cambian pero hay cosas eternas, como las llamas del infierno, que no el purgatorio. Hoy sólo algunas abuelas rezan a las ánimas benditas. Ya no existe la figura del animero que pedía para las ánimas benditas, aunque algún pueblo de Salamanca conserve la tradición. Pero hay costumbres nuevas. Lo puede comprobar delante del azulejo de San Pedro. Allí suele pararse el público a buscar un pajarito que si se encuentra nos asegurará el casamiento. Aunque hay quien en día de calor se paró a imaginar a algún político o algún empresario frito de calor entre las llamas. No se te olvida. Hace algunos veranos. Un día como el de hoy. Apagones generales de luz ... Y de aires acondicionados. En pleno siglo XXI. Hubo hasta quien buscó cobijo en casa ajena. Recordó las palabras del mismísimo pajarito de San Pedro: "Tened compasión de mí, al menos vosotro mis amigos..."

jueves, 18 de junio de 2015

Las locas del volante


Por primera vez, conducían ellas. Ya era hora. Aquel año 1924, en Sevilla se fundaba la hermandad de los Estudiantes; en Madrid, Primo de Rivera eliminaba el parlamento y en Europa Lenin daba nombre a la antigua ciudad de Petrogrado. De Pedro a Vladimir. De Sevilla a París. Vestidas con la moda de la época fueron retratadas por Enrique Orce, el creador de toda una estética en los azulejos de la Plaza de España. La ciudad se ponía coqueta para la Exposición Iberoamericana y las mujeres miraban a la capital del Sena para quitarse definitivamente el rancio aroma de provincias. Moda parisina. En la Feria y en un azulejo para vender una marca de coches, el Studebaker, con sus seis cilindros anunciados. Fueron retratadas para situarse en la entrada a un conocido local de la época, el Sport, bar y centro de numerosas  tertulias de la época, dirigido por el conocido Pepe “el del Sport”. Fue Vicente Aceña, delegado comercial de de la marca de coches, el promotor de la obra, un gran lienzo de azulejos de casi cinco metros pintados con la técnica del aguarrás en la fábrica de Viuda e Hijas de Manuel Ramos Rejano. Un retrato de una época. España bajo lo que algunos llamaron una dictablanda. El mundo viviendo los llamados felices 20. Mujeres que acortaron su falda, que fumaron y que recortaron su pelo a lo garçon. Faltaba una década para que pudieran votar como los hombres pero ya conducían coches de seis cilindros seis, como las mejores tardes de toros. Pamelas y estolas de visón para unas mujeres que se comían el mundo el año que Coco Chanel lanzaba su primera colección de cosméticos. Libres e independientes, jóvenes y despreocupadas, paseaban por un imaginario jardín en el que aparecía la célebre estatua del Pensador de Rodin. Otra influencia parisina que aquí no triunfó en la hermandad de las Cigarreras. Una de las chicas lo señala y parece explicar la lección correspondiente. El pensamiento y la reflexión son la base de la libertad, que no es masculina sino femenina. Poco importaba que, durante mucho tiempo, en la antigua calle de los Colcheros, hoy Tetuán, la dirección de los coches fuera la contraria a la de este Studebaker de seis cilindros. Sus conductoras ya sabían que iban en contramano. Hoy siguen provocando todavía más: la calle es peatonal. Alguien las llamó en sus orígenes las locas del volante. Símbolo de toda una época. Fueron retratadas en 1924, el año en que se fundaba  la Metro-Goldwyn-Mayer, como resultado de la fusión de Metro Pictures, Goldwyn Pictures y Louis B. Mayer. Tiempos de cine en blanco y negro. En la calle Tetuán, un grupo de cinco mujeres empezaban a vivir un guión propio.

martes, 2 de junio de 2015

5 de junio. El bautizo




El niño había salido llorón. Aquella noche apenas dejó dormir a sus padres, que además acumulaban los nervios propios del día siguiente. Porque antes de acostarse habían dejado todo preparado. Encima de la mesa estaba el velo que había usado dos años antes en su boda. Doña Juana, la abuela del pequeño lo había puesto con mucho cuidado sobre la mesa de entrada. Serviría como batón. Don Juan, el abuelo, había llegado algo más tarde aquel día pero una doble alegría se reflejaba en su cara. Al nuevo nieto se unía un gran pedido de calzas que había mandado a América. Lo había cobrado por anticipado y ya sabía que lo emplearía al día siguiente para invitar a los vecinos. Jerónima, la joven madre, todavía estaba algo molesta por el parto. Molesta pero feliz. Tanto como Juan, su marido, un hombre serio acostumbrado al mundo de las notarías que aquel día dejaba ver una amplia sonrisa en su rostro. Al día siguiente se bautizaba el que era su primer hijo.

Sevilla, un día de junio de 1599. Barrio de la Morería. A la calle de la Gorgoja llegaba don Pablo Ojeda muy temprano, venía casi corriendo de su casa en la Magdalena y traía sus mejores calzas y unas cajas en una bolsa. Su olor a anís delataba que eran bollos recién comprados en la monjas de Santa Inés. Ya estaban todos preparados: el padre, los tíos Fernando y Ana y los abuelos. Doña Jerónima se tuvo que quedar en casa descansando. Cuando despidió a su hijo, le dijo a Juan: no tardéis y traédmelo hecho un buen cristiano. Camino de la vieja iglesia mudéjar de San Pedro, doña Ana, la señora que freía los huevos en el puesto junto a la Compañía, les hizo un vaticinio:

“Este niño será importante, pasará a la historia”.
Al padrino aquello le pareció otra historia más de aquella loca, pero, como le hizo gracia, le regaló unos bollos de las monjas.
La ceremonia fue breve. Cuando el viejo párroco preguntó el nombre elegido, casi contestaron al unísono:
–“Se llamará Diego, como su abuelo”.
–“Diego, yo te bautizo en el nombre del padre, del hijo y del Espíritu Santo”. El niño volvería a casa cristiano.

Antes de salir, el padre de la criatura se paró a rezar un momento delante del viejo crucificado de la peluca. Siempre le tuvo gran devoción y aquel día le agradeció que el niño hubiera nacido lleno de salud. Al salir, el padrino se encontró a unos pícaros que jugaban a pares y nones. Otro cantaba aquello de “kikirikí, calla bobo que no es para ti”. Don Pablo, orgulloso de ser padrino, volvió a repartir bollos e incluso dio alguna moneda. 

El cortejo salió rápido para su casa: el niño ya tenía hambre y había que invitar a los amigos. Mientras, en la sacristía alguien apuntaba el nombre del nuevo cristiano: Diego. Con el tiempo se conocería como Velázquez. El más grande pintor de todos los tiempos...

jueves, 14 de mayo de 2015

Asistente Arjona


Tener dedicada una calle en Sevilla es una gloria reservada a pocos... Como diría mi suegra:“Será”... La duda es grande. Porque una ojeada al callejero demuestra demasiadas injusticias. Si derribas las murallas te ponen calle en el centro de Sevilla. Si eres un dios de la talla en madera le das tu nombre a un barrio alejado. Si haces el mejor Cristo expirante del Barroco te dan un callejón. Hasta con nombre equivocado. Y si has destacado por tu sabiduría te colocan en la antigua calle del Burro. La ciudad es así...

11 de mayo de 1825. José Manuel de Arjona y Cubas tomaba posesión de su cargo de asistente de la ciudad, en una época en la que el alcalde hispalense todavía tenía el título de Ilustre. Todo pasa y todo queda. Un rey de estatua olvidada, Fernando VII, nombraba unos meses antes al nuevo asistente en estos términos: “Tengo a bien nombrar para que sirva, también en comisión, la intendencia del ejército de Andalucía y la Asistencia de Sevilla a Don José Manuel de Arjona, de mi Consejo Real y Supremo de la Cámara, conservando la propiedad de estos destinos y dispondréis su cumplimento. Yo, el Rey” .

Era Arjona de noble familia y tenía una notable fortuna. La mayoría de sus contemporáneos destacó sobre todo su trabajo infatigable para conseguir hacer de Sevilla un lugar que estuviera al nivel de su importancia histórica. Es Velázquez y Sánchez, el autor de una de los grandes almanaques de la ciudad, el que refiere toda su actuación. Reformó el alumbrado, mejoró los servicios públicos, controló las edificaciones abusivas, introdujo las aceras en muchas de las calles de la ciudad, realizó los jardines del Cristina y los de las Delicias, inauguró el hospicio de niños y ancianos que se situó frente al convento de Madre de Dios, mejoró la Alameda, el Arenal y otros paseos. Problemas y reformas que nos hacen pensar que en la alcaldía de Sevilla se repiten con frecuencia los mismos temas.

En su mandato incluso se recuperó la cofradía del Santo Entierro con el esplendor de antaño, un anticipo de lo que sería el renacer de las cofradías sevillanas a mediados del siglo XIX. Nacían las cofradías románticas.

Fue Arjona un alcalde para la posteridad, sin duda alguna. Ocho años de mandato (¿para qué más?) que pasaron a la historia de la ciudad con un recuerdo imborrable, tanto, que hubo quien llegó a definirlo como “el rey de las Andalucías”. La ciudad siempre tan hiperbólica en sus alabanzas...

Decía Manuel Chaves, (no confundir), que el Asistente Arjona fue a la vez “hombre de mando y hombre de mundo”.

Su ciudad no le dio la mejor calle..

sábado, 2 de mayo de 2015

Jano y el derecho a la mentira




Has recordado los días en que la Casa de Pilatos se convirtió en la Jerusalén de los cruzados por el rodaje de una película de Ridley Scott. No pudo escoger mejor lugar, simbólico como pocos, evocador no sólo de Jerusalén sino de múltiples épocas históricas e, incluso, símbolo de nuestros días.

Las cruces de la fachada nos trasladan a la Jerusalén que conoció don Fadrique Enríquez de Ribera, el Marqués de Tarifa que peregrinó a comienzos del siglo XVI a Tierra Santa. El hecho fue recogido en la puerta de su casa, símbolo del primer turista peregrino del Renacimiento que mezcló su interés por la nuevas formas renacentistas con la ostentación del nuevo rico que te cuenta una y otra vez los viajes que ha realizado. Pero esa ostentación y el peso de la tradición de grandes casas sevillanas conformaron un palacio espectacular y ecléctico como pocos. 

Porque allí se respira el aire de Jerusalén. Pero también hay aires de la antigua Grecia: la diosa Atenea contempla desde una esquina del patio principal a través de una imagen que algunos atribuyen al propio Fidias. Es decir, Atenas y su Acrópolis en el centro de Sevilla. Junto a ella, Roma, simbolizada por una colección de bustos romanos que don Fadrique trajo de su viaje y que pertenecieron al mismo Papa. Roma en los bustos y Roma en la diosa Ceres, la diosa de la madre Tierra que nos contempla desde otra esquina. Pero también flota en el ambiente el espíritu de los primeros cristianos que representaron a Cristo como Buen Pastor, y el Renacimiento en los mármoles de los Aprile de Carona y en los alicatados de recuerdos musulmanes, y el medievo en la capilla gótica, y el barroco en el olor a cera de los penitentes que hacían el vía crucis a la Cruz del Campo. Roma y Jerusalén en Sevilla, Pilatos Hispalense. Metáfora de los tiempos actuales. En el centro del patio principal, en una fuente renacentista, la imagen de nuestros días: Jano bifronte. Un dios con dos caras, un dios que mira hacia delante y hacia detrás. Una divinidad romana a la que se consagraban las puertas, mirando al futuro y al pasado, dios de dos caras que mostraba una y escondía la otra, dios de la memoria y también de los proyectos. Dios del mes de enero, januario, origen de los Janeiro, si Jesulín se enterara... 

Parece que su origen era etrusco, el antiguo dios Kulsans. Has pensado que Jano simboliza nuestro tiempo. Decía Pico que al “tener ojos delante y detrás podía mirar al mismo tiempo las cosas espirituales y preocuparse por las materiales”. El mundo de las dos caras, la que se nos muestra y la que no: todo un Dios de nuestra época, la de poner una cara y la de esconder otra. Yin yan sevillano. La verdad y la mentira. El dios de los ministros de justicia de nuestro tiempo, los que viven de la Justicia y que defienden la mentira como un derecho. No sabemos qué cara ponerle. Sí sabemos cómo se nos queda la nuestra... Derecho, derecho, por aquí hay pocas cosas, que como no sea que Dios escribe derecho en los renglones torcidos... Torcido como nuestro mundo, país de pícaros donde los mangantes dan cursos en las universidades sobre cómo dar el mangazo...Verídico. Julián Muñoz impartirá una charla en la universidad: nunca llegó tan alta la vulgaridad del chorizo ni cayó tan baja la dignidad universitaria. Tiempo de dos caras. Tiempo de dobles caras, careros, carotas, caricatos y hasta de rostros carajotes. A un servidor se le ha quedado el último mencionado...

miércoles, 15 de abril de 2015

Tradiciones de Feria



Año 1867. “De la Feria de Sevilla podría decirse ya por entonces lo que de los pueblos felices: que no tienen historia; la tramitación oficial del festejo habría alcanzado lo que podríamos llamar su estereotipación definitiva y de año en año se reproducen los documentos sin aportar datos algunos de interés, (...). La feria iba mereciendo ya en justicia el calificativo de “tradicional...”.
Son palabras de Collantes que reflexionan sobre ese sentido de lo tradicional tan apegado a nuestra ciudad, término tan manipulado y exagerado que llega a ser pura invención. ¿Tradición en la Feria? ¿Qué es realmente lo tradicional?. Si hiciéramos una encuesta saldrían las palabras abril, fiesta, lunares, sevillanas, casetas, toros, baile, raíces...Pero un servidor cree que las tradiciones de la Feria son muchas más de las que pensamos. Y algunas tan antiguas como las anteriores. 

Tradición es la queja por los precios. Y antigua. En el año 1852 el dueño de un puesto de Triana se quejaba porque la instalación de un café en la Feria le costó 120 reales el primer año, 500 el segundo, 1500 el tercero, 2500 el cuarto y 4000 el quinto. Algo antiguo.
Tradicional e histórica es la idea de cambiar de ubicación. Lo del Charco de la Pava no es nada nuevo. Estando en el Prado se propuso su traslado al Campo de Marte (actual zona de Plaza de Armas) o incluso al actual barrio de Nervión. Trasladada a los Remedios no tardó mucho en hablarse de un nuevo movimiento. Y tradicional es la rotunda oposición de muchos a cualquier cambio. Pero en realidad no hay nada nuevo bajo el sol. El año pasado escuchamos atrevidas propuestas de hacer casetas con dos pisos. Todo un escándalo... Pero si vemos las fotos de la caseta municipal de 1915 comprobaremos que ya tenía dos pisos. Pero la tradición es criticar lo nuevo. Ya en la década de 1850 los fundadores de la Feria criticaron el proyecto de reforma que hizo el arquitecto municipal, don Balbino Marrón. Y sólo habían pasado unos años desde el origen de la Feria...

Tradición es criticar lo exótico. En la última feria dos conocidos diseñadores hablaban del exotismo de algunos trajes de flamenca. Pero para exotismo la caseta de estilo japonés que en 1904 estrenó el Círculo Mercantil, o la de estilo árabe del año 1905. 

Tradición parecen los fuegos artificiales. Ya los hubo en 1861. Tradición es la aparición de shaolines, hombres botella, ligres, señoritas auroras. y todo tipo de friquis inimaginables Pero es que desde 1861 ya aparecían la mujer barbuda y el Circo Price.

Maldita tradición es la lluvia. Ya en 1871 la Feria se prolongaba dos día más por los efectos de la lluvia ¿Se imaginan volver a esta tradición?. Aunque para tradición la de perderse. Muy actualizada. En la última Feria un norteamericano de 84 años se perdía en el Real. Al ser encontrado dijo que no se esforzaran en buscar a su mujer, que él estaba muy a gustito... Será que conocía las sevillanas aquellas de “si me pierdo que me busquen...” ...en la Feria, claro.

lunes, 30 de marzo de 2015

Amargura



«¡Y a ti misma una espada te atravesará el alma!» (Lc 2,35)

La tarde del Domingo huele a infancia repeinada, a tiempo nuevo y antiguo, a castañas de la cabalgata de reyes y a ropa intacta esperando su alternativa en la gran plaza de la ciudad. Una palma centenaria vuelve a escuchar un lamento de siglos de la que perdió a un hijo, del que perdió a una madre, del que perdió la vivienda, del que perdió la dignidad… Lamentos y oraciones calladas, miradas perdidas concentradas en el  trapecio irregular del escenario que se estrecha en el extremo de su existencia, como la vida misma, junto al azulejo que recuerda el dolor y bajo el rótulo que permite al Evangelista gritar su historia por muros de albero y almagra. Huele a una ciudad almidonada, como el blanco de las novias, de moñas de jazmines de viejas limpias y de azahares recién estrenados, blanco de batas que saben sanar porque llevan en su pecho la cruz roja de la pasión y de la compasión, blanco de silencios conventuales que llevan una cuarentena viviendo vísperas y completas en un mismo rezo, blanco luminoso de cera tiniebla que alumbra la tiniebla de una tarde que no quiere ser noche para no dar fin al más hermoso de los días. Y sale Ella. Bajo el dolor granate de un paso de palio, escoltada por ángeles de plata y consolada sin consuelo. Hija de Sión. Hija de la ciudad. Decían los griegos que la amargura provenía de la idea de punzar, un concepto que aludía a una carga, algo fuerte y pesado que llega hasta lo más profundo del corazón. Sólo una madre que perdió a su hijo lo puede entender. Si la muerte hay que mirarla cara a cara, la muerte del Justo obliga a perder la mirada por los rincones de San Juan de la Palma. Trae en su mirada la vieja profecía de Simeón y la pérdida en el templo, la madera dolorida de San Julián y de la Feria estrecha, el reflejo del fuego que achicharró sus manos y del dolor que carbonizó su alma, el miedo de la que fue oculta en un cajón huyendo del holocausto judío de siglos y el dolor de una espada de plata que atraviesa su corazón, el peso de una corona de oro y el peso de los lamentos de la tarde, la memoria de rezos de siglos y la memoria de las putas tristes que le pedían consuelo frente a las amarguras cotidianas; consuelo que da Ella, la de la mirada de locuras incomprensibles, de escultor suicida que le regaló manos nuevas de estreno, nueva vida de manos del que se acabaría quitando la suya, así es el dolor, intenso, perdido, sentido, duro pero contenido, desconsolado pero elegante. A la ciudad se le encoge el alma y se reviste de Juanillo el de la Palma, y le cuenta chascarrillos de la Plaza de la Feria, y le indica el camino al dolor y Ella enfila hacia la Esperanza, hacia el arco, que tras el portón y el arco está la felicidad, aunque ahora combata con la amargura, como combaten la tarde y la noche, como combaten los reflejos de candelabros de plata por mantener su vida, in Ictu Oculi, que la Hija de la Ciudad sale a la calle y es lamento y es consuelo, es domingo que nace pero que ya muere, es vida y muerte, Alfa y Omega que se hace estreno en una Semana que empieza a morir mientras un caballerito con bigote indica el camino. El dolor más fuerte se ha hecho mujer y ha salido a estrenar el consuelo de las otras hijas de la ciudad. Es Domingo. De Ramos. El que no estrena no tiene manos: esta es la Amargura.

sábado, 14 de marzo de 2015

Estrenos



“El domingo de Ramos quien no estrena no tiene manos”. Era la dichosa frase que su madre solía repetir como una letanía solemne de las misas del colegio. Sobe todo cuando se acercaba el gran día. “El día que Sevilla estrena la primavera”, solía repetir su padre, que tenía, sin duda ninguna, un punto de cursilería mayor que el de la madre. 

Estrenos físicos y estrenos poéticos le importaban bien poco, es más, podían ser un auténtico engorro para sus verdaderas intenciones. Porque la dichosa palabrita, aparte de ir unida a un especial empeño en marcar la raya de un pelo excepcionalmente engominado, conllevaba un especial cuidado para la prendita que aquel año tocara estrenar. Junto al tradicional juego de calcetines calados, autentica tortura que dejaba su huella en unos pies que pateaban la ciudad aquel día, solía aparecer una prenda nueva en su armario. Año de bienes: aquel domingo fueron dos. Almidonada camisa blanca y pantalón gris marengo con raya trazada con el tiralíneas de una madre meticulosa hasta en el planchado...

Domingo de estreno. Cuando le ponían el dichoso calzoncillo que le solían traer su abuela del almacén de toalavía le dio por ordenar sus deseos: usar la rampla como resbalaera (su madre siempre le dijo que dijera tobogán), aumentar la bola de cera, masticar hasta el último caramelo y disfrutar. De tambores y de cornetas, de terciopelos y de chicotás, de pasos y más pasos. Porque los demás estrenos no iban con él. Estrenaba ilusiones y deseo de disfrutar. Y eso bastaba...

Se las sabía todas. Una a una ordenó en su mente las que había que ver. Un perfecto vía crucis lleno de gloria...No sabía que se acabaría convirtiendo en penitencia. La primera estación llegó en la misma rampla: cornetas que le invitaban a la vida y desnivel que invitaba a manchar sus pantalones. Aceptó las dos invitaciones. No sabía que allí en medio de la bulla llegaría la primera. Quizás la que más dolió. Repuesto de la estación, sus padres lo llevaron al viejo barrio. Allí disfrutaba como el niño que era. Entre el azul y la plata de sus abuelos acaparó hasta el último caramelo. Ninguno fue a su bolsillo y sí a sus dientes. Cuando masticaba el último le llegó la segunda. Quizás más fuerte que la anterior. Quizás tendría que acostumbrarse...

Su madre no le dio permiso. Ni falta que hacía. En el tercer momento de la tarde había que ver el paso dorado del Nazareno desde lo alto. Mejor que nadie. Sobre la reja de la iglesia con aires de pueblo se sintió más feliz que nadie. Salían nazarenos y salían ilusiones. Cornetas y tambores en el aire limpio del domingo. Parecía que se rasgaba el alma de la emoción No fue así precisamente. Más bien era su pantalón de estreno el que se rasgaba. Y Jesús Despojado en la parroquia... Allí llegó la tercera. Fue la peor. Con demasiado público. Y la más dolorosa por la frase que la acompañó.

–“Ahora mismo estamos en casa...” Cara hinchada y alma por los suelos. Regreso precipitado. Recuento en su memoria...

El pobre niño no imaginaba que la Bofetá salía el domingo...

viernes, 6 de marzo de 2015

Almas


Siempre le tuvo especial devoción. Para ella era su martes santo particular. En Feria pero también en Jesús del Gran Poder. Riguroso. Austero. En silencio. Dolido. Una imagen que la llevaba a su infancia en blanco y negro, a los pantalones cortos de su hermanos, a los luises y estanislaos, a los javieres. Un crucificado moderno. Pero cargado de antigüedad. Lo realizó en 1945 un portugués, José Pires, siguiendo un crucificado que ya había realizado para los salesianos de Triana. Alguien le contó que el imaginero salió contento con su obra aunque hay quien lo viera llorar porque no le agradó una policromía tan oscura...Oscura como los años de su infancia. Oscuridad de los ejercicios espirituales de San Ignacio que se hacían en torno al crucificado, Ella y Tú ; Tú y ella. La mística de San Ignacio de Loyola. ¿De qué le serviría a los hombres ganar el mundo si perdían su alma? Silencio. Búsqueda interior. Austeridad. Y una letanía que la llevaba a los años cincuenta: Alma de Cristo, santifícame.

Todos los años buscaba el oro viejo de su paso. Y su mirada de dolor. Y su serenidad. Veía la canastilla de Guzmán Bejarano y se acordaba de ese señor bajito que talló una obra de arte, un premio nacional de artesanía. Para sostener a Cristo. Y pensaba en el premio celestial que ya tendría un antiguo jesuita, el padre Trena, el alma de esos javieres en blanco y negro, de sandalias rotas, de hambres, de miserias; de una España en la que ya existía el Vacie y los niños de la calle. Veía a Cristo y al viejo cura. Siempre trabajando por los pobres. Siempre con la sotana manchada por sus obras. Un jesuita que en la Sevilla del cardenal Segura se atrevía a decir que había que aprender de las muchas cosas buenas que tenía el comunismo.

No faltaba a la cita. Silencio interior. Silencio exterior. Claveles rojos y una imagen que alguien le comparó con las fantasías de algún pintor alemán, con unos pies cruzados que se salen de todo canon . También se salió del canon su autor, que se esmeró en la talla completa de su boca y que firmó la obra en una cápsula de las pastillas que usaba para sus dolores de estómago. Mística y la realidad. Ver a Dios o sentirlo.

Pero aquel año fue diferente. Su cristo no saldría porque sufrió daños en un robo. Su lugar se señalaría con cuatro manigueteros. Su presencia era su ausencia. Por eso no le hizo falta más. Cruz de guía y negros penitentes. Cuando llegó su ausencia supo lo que tenía que hacer. Se atrevió a romper el cortejo y besó el suelo. No estaba sola. Otras mujeres de la Jersulén de la calle Feria hicieron lo mismo. No les hacía falta más. El Alma de Dios estaba presente.

Volvió a su casa con el aroma de la madera en su labios. Un año más. Cerró los ojos. Una sonrisa se insinuó en sus labios mientras rezaba para sus adentros. “Señor, ya no puedo creer porque te veo”.

domingo, 15 de febrero de 2015

La condesa de Lebrija


Se llamaba Regla Manjón y Mergelina, y había nacido en Sanlúcar de Barrameda allá por el año 1851. Vivió en Sevilla desde muy joven. Se casó, también muy joven, con Federico Sánchez Bedoya, que llegaría a ser con el tiempo vicepresidente del gobierno. Quedó viuda pronto, volcándose en su pasión: las antigüedades. Pero su nombre va unido a un lugar. Su casa en la calle Cuna: la Casa de la Condesa de Lebrija.

Entras allí y, entre columnas, azulejos y obras de arte, ves el mejor mosaico romano de la ciudad. Cierras los ojos y retrocedes en el tiempo. Y llegas a escuchar las palabras de Doña Regla:
“Tienen las casas fisonomía. Tienen las casas alma. Tienen algo indefinible, nacido de una idea o de un sentimiento. Tienen algunas el incomparable sello de una época. Casas hay que ríen. Otras que, como las cosas de que habla el poeta latino, tienen lágrimas...”.

Hablaba la condesa de una casa en la que volcó su vida. En su interior resuena el eco de sus palabras: “Mi casa es abreviado compendio donde toda mi vida se ha condensado. Ella es el relicario donde he guardado las venerables memorias de mis abuelos, los sagrados objetos de mis llorados muertos, las lujosas preseas de mi juventud, los fúnebres crespones de mi luto y los artísticos tesoros durante toda mi vida acumulados”.

Andas por sus habitaciones y pisas la Roma clásica: mosaicos, Dioses, emperadores, lucernarios, ánforas, columnas, esculturas... Tantas cosas que parece que la condesa no se dedicó a nada más. Pero su vida fue apasionante. Fue la primera mujer elegida como académica de Bellas Artes, formó parte desde 1922 de la Comisión Provincial de Monumentos y llegó a ser hija adoptiva y predilecta de la ciudad por sus labores caritativas. Junto a su pasión por la arqueología, doña Regla trabajó por los niños abandonados y participó en la Junta de la lucha antituberculosis. Andas por su palacio de la calle Cuna y aquello te parece un tiempo pasado. Recuerdas algo curioso. Cuando doña Regla quería un mosaico llegaba a comprar la finca donde estuviera para poder llevarlo a su casa y conservarlo. Incluso adaptaba la forma de la habitación a los mosaicos romanos.

Sales a la calle y te das cuenta de que vives en otro tiempo. Los incultos de ahora encuentran mosaicos en la Encarnación y se dedican a destrozarlos. En vez de cuidar los restos romanos, les colocan una grúa y máquinas pesadas encima. En vez de adaptar su casa, como Doña Regla, adaptan los restos de la historia a sus sueños de grandeza, a su cortedad mental.

En la calle Cuna moría la condesa un día como hoy de 1938. Allí está la historia tratada con mimo; en la plaza de la Encarnación la historia simplemente se destroza. Así nos va...

sábado, 31 de enero de 2015

Los caños


¿Qué se puede esperar de un lugar cuyos planos colocan el sur al este y el norte al oeste?”.
Más o menos así se criticaba a tu ciudad en una película de hace algunos años. Sevilla, ciudad ignorante hasta en su planos. Ciudad donde nadie conoce a nadie. O todos lo saben todo, quien sabe... No sabes por qué pero un día como hoy, 13 de febrero, te ha dado por pensar en estas cosas. O sí lo sabes. Leías un libro buscando la fecha del día y te encontrabas con un efeméride curiosa. Te hablaba de los caños de Carmona en estos términos:

Había fuera de la Puerta de Carmona, en el llano, sobre el camino que conduce a Carmona, huellas antiguas que se habían cubierto de la construcción de una acequia. La tierra se elevaba sobre ella y había en la tierra una línea de piedra cuyo significado se desconocía. Fue a ella el ingeniero y cavó alrededor de los vestigios mencionados, y he aquí que apareció la traza de un acueducto por el que se conducía agua antiguamente a Sevilla, obra de los primeros reyes de los romanos, de épocas pasadas, de gentes desaparecidas, de siglos anteriores. No cesó el ingeniero Yaçis de seguir la excavación con los mineros y obreros y con los cientos de hombres y trabajadores que iban con él, hasta que la excavación lo condujo hasta la fuente llamada entre la gentes de Sevilla y su región Fuente de al-Gabar, nombre que tuvo en los tiempos pasados. Y he aquí que el agua de esta fuente no era de manantial sino que era de un sitio que se había abierto en el trayecto de un acueducto antiguo. El agua se cortó para la gente al llegar la excavación al sitio indicado y conoció con esto Yaçis que había encontrado el acueducto; y continuó los trabajos hasta que encontró la toma de agua del río en las cercanías del castillo de Yabir (Alcalá de Guadaira)”.

Paraste tu lectura y te dio por pensar. Cosas de tu ciudad...De nuevo en la lectura supiste que los Caños de Carmona surgían de la ladera de una pequeña loma en la que está situada Alcalá de Guadaira. También aprendiste que los Caños de Carmona, primitivamente romanos, fueron rehechos por los almohades y que el califa Abu Yacub Yusuf los finalizó en 1172. Un día 13 de febrero de hace ya muchos años llegaba el agua a Sevilla...

De nuevo te dio por pensar. Recordaste aquello del sur en el este y el norte en el oeste. También que los Caños de Carmona, todo un monumento en cualquier lugar del mundo, se caen llenos de mierda en la calle Luis Montoto. No sabes por qué, pero pensaste en el grupo Los Caños y hasta en Andy y Lucas. Niña, tutuá tutuá. Texto para comprensión de informe educativo.

Total: ¿Qué se puede esperar de una ciudad que llama Caños de Carmona a un acueducto que viene de Alcalá?

jueves, 15 de enero de 2015

Cigarreras


Probablemente aquellos hermosos ojos no sabían lo que era la lectura. Todos eran enormes. Dicen que por el efecto del tabaco. Dos eran verdes y los otros cuatro negros. Y nunca habían leído. Por eso no sabían qué era eso del ludismo. Un movimiento que empezó casi un siglo antes para luchar contra las máquinas. No sabían las dueñas de aquellos ojos que las máquinas no eran sus enemigos. Pero entonces sí lo creían...

Año 1905. El año del Sevilla F.C. y de la cerveza Cruzcampo. Fábrica de Tabacos. Trompeta de la Fama contemplando cigarreras jóvenes y viejas en la calle San Fernando. Negras mantillas y sayas rosas. Frío de enero en la calle y calor insoportable en las naves de trabajo. Hombros y escotes desnudos. Faldas remangadas. Pechos al aire: tersos y flácidos, turgentes y escuálidos, de sonrosada juventud y de oscura madurez, lujuriosos y maternales. Sensualidades y maternidades mezcladas en un ambiente asfixiante. Puros, pitillos y picadura eran los culpables de aquella mágica y venenosa atmósfera donde cuatro mil mujeres y ocho mil ojos atendían las explicaciones del responsable de la fábrica. Les habló de la mecanización y de la nueva forma de trabajo, de nuevos aparatos para producir más y mejor. Aquello no gustó a las cigarreras, que vieron peligrar su oficio. Por eso tomaron la palabra. Ya dijo alguien que las cigarreras tenían más ocupadas las lenguas que los dedos. Unas lenguas temibles... Cuando “la Lola”, “la Rosario” y “la Carmencita” hablaron llegó a la fábrica de Tabacos el milagro del silencio. Rosario la de la Cava fue tajante:

- Aquí no vamos a consentí ninguna máquina. Servidora es capaz de hacer más de diez atados diarios. Quinientos puros pa quinientas bocas. Y no va a habé maquina que los haga mejores. Hasta ahí podíamos llegar. Y si ustedes quieren bronca, la van a tener...

La palabra bronca caló entre las cigarreras como el sudor entre sus escotes. Cuatro mil gargantas y la misma letanía:

- Bronca, bronca...

Aquello parecía no tener buena pinta para el encargado. Cigarreras gritando puestas en pie. Empujones y gritos hacia la calle San Fernando. Entre un mar de mantones y de bordados de Manila fue empujado a la calle. Ni la guardia de la entrada pudo parar la fuerza de aquella espontánea manifestación. Las cigarreras salían a la calle protestando contra las máquinas y pidiendo guerra. Y el encargado entre ellas. Por la calle San Fernando sólo se oía un grito:

- ¡Bronca, bronca, bron ca, ca brón, cabrón...!.

El encargado salió de allí como pudo. Aquella manifestación parecía salida de una antigua novela. Definitivamente, el tabaco perjudica seriamente la salud...